Bolonia no puede acabar en otro fiasco


Manuel Castells, sociólogo y profesor de la Universidad californiana de Berkeley, conocido en el Principado por ser el coordinador de un voluminoso informe, Estrategias para la Reindustrialización de Asturias, pintaba hace unos días un cuadro crítico de la realidad universitaria: «Tras tres décadas como catedrático en España y en algunas de las mejores universidades del mundo, sigo percibiendo en muchas de las nuestras el predominio de los intereses corporativos y personales sobre los valores de la educación y la ciencia». Reflexionaba el catedrático sobre la próxima transformación que imponen los acuerdos de Bolonia.

Bolonia es a la Universidad lo que el euro a la economía: un sistema único de enseñanza superior en toda Europa. Persigue que el título de un ingeniero alemán valga lo mismo que el de un español, que sus estudios tengan una estructura similar y que su currículum académico sea homologable para la empresa que decida contratarle aquí o en cualquier otro país comunitario. A partir de ahora, las carreras de siempre pasarán a ser estudios de grado (de tres o cuatro años), a los que se añadirá un máster (de uno o dos años) y finalmente un doctorado. El cambio comporta unificar un sistema pedagógico y un método común de evaluación para que los resultados sean equiparables en toda Europa. Las clases ya no será magistrales, sino más participativas. El trabajo por cuenta del alumno pesará mucho. El sujeto del aprendizaje se traslada del profesor al estudiante. La forma de medir su esfuerzo académico no serán únicamente las horas lectivas, sino también sus trabajos, sus lecturas y sus prácticas. En teoría, una verdadera revolución universitaria.

En Asturias hay un proceso contra el reloj para adaptar las enseñanzas. La Universidad acaba de aprobar esta misma semana doce grados y veintiocho máster. Los primeros pasos parecen indicar que preocupa más avanzar en un traspaso nominal de las viejas titulaciones que en nuevas propuestas que resalten las ventajas competitivas de la Universidad asturiana. Cada departamento, cada campus, intenta conservar su cuota de poder. Dejarse llevar por esa inercia es desaprovechar la oportunidad que brinda Bolonia para acometer una transformación a fondo. Estamos inmersos en una gran crisis. Quien tenga el conocimiento posee la herramienta principal para superarla antes. Y la formación del conocimiento está en las universidades.

La reforma fue acogida hace diez años con mucha ilusión. El entusiasmo ha ido decreciendo. Los bandazos han sido constantes. Alimentan una legión de escépticos. Ministras españolas del mismo partido que se sucedieron en Educación han mantenido criterios radicalmente distintos sobre aspectos clave del proyecto. Algunos todavía no resueltos, como las atribuciones profesionales entre ingenieros y peritos.

Gobierno central y comunidades autónomas han estado pasándose la pelota sin que nadie liderase verdaderamente el cambio. La decisión de suscribir el acuerdo fue del Gobierno central. Las competencias universitarias son de las comunidades autónomas. Unos y otros se han desentendido de llevar la iniciativa, quizá para evitar que el que se mueva no salga en la foto. Por más que se diga que no supondrá costes añadidos, una enseñanza metodológicamente distinta y de mayor calidad como la que se plantea resultará más cara. La financiación, a estas alturas, todavía no está resuelta.

El físico asturiano Antonio Fernández Rañada suele repetir que si España no tuviera algún equipo de fútbol entre los cien mejores del mundo habría una escandalera nacional. Sin que la autoridad competente se ruborice, ninguna universidad española está entre las cien mejores del ranking mundial, prueba palmaria de su bajo nivel científico y docente. Más que su renta o producto interior bruto, lo que eleva el estatus internacional de un país es su potencial tecnológico, directamente proporcional a la eficiencia de su sistema educativo. Y, el español, salvo por sus malos resultados en el informe PISA o por el fracaso escolar, en nada destaca. La patente más rentable de la investigación nacional es una proteína, usada para ampliar muestras de ADN, hallada hace veinte años por la bioquímica asturiana Margarita Salas. En todo este tiempo, no ha habido ningún otro descubrimiento en el sector público que resultara más atractivo, lo que demuestra la sequía de España para los avances.

Asturias está preparando la Universidad del siglo XXI. En su diseño, frente a prebendas internas, debe primar el referente de los valores académicos. La adaptación a Bolonia coloca a las universidades en el mercado y las hará competir por el estudiante. Las mejores, las más dinámicas, tendrán más posibilidades. La brecha se agrandará para las que se duerman en los laureles, para las que se entretengan en su endogamia, no se rodeen de excelencia y no potencien a sus élites. Asturias necesita la mejor Universidad posible, también la que se adecue a los recursos disponibles, la que pueda pagarse. La Universidad española está dominada por la rutina de un sistema burocratizado, decía el profesor Castells. Cada reforma ha cambiado todo para que todo siga igual. Esta vez no puede suceder lo mismo.

Fuente: Bolonia no puede acabar en otro fiasco

El encuentro de asambleas de alumnos reclama en un manifiesto «definir el modelo de Universidad que queremos»

Estudiantes de diferentes puntos de España reunidos este fin de semana en Valencia han redactado un manifiesto común contra el Proceso de Bolonia en el que critican que con el Espacio Europeo de Educación Superior se trata a la educación como un «negocio» y a los estudiantes como «mercancías».

Y en: Bolonia reduce al universitario a mercancía, dicen los estudiantes